Los cambios vertiginosos a los que todos, empresas y personas, estamos siendo sometidos no tienen parangón en la historia. Las nuevas tecnologías son el gran catalizador de estos cambios, que transforman nuestras vidas y también la forma de gestionar las empresas.
Esto está provocando que directivos y empleados que no desarrollen nuevas estrategias, modelos de gestión y capacidades digitales, tendrán un futuro incierto y seguramente más corto; de hecho eso ya está sucediendo. Así, el indicador de la vida media empresarial en las compañías del índice S&P ha pasado de sesenta años en 1960, a una media de quince años en la actualidad.
El sector de infraestructuras y servicios español, que en gran medida sufrió un proceso de internacionalización forzada debido a la caída de la demanda interna, hoy en día es uno de los sectores más competitivos a escala global. Es decir, se ha adaptado con éxito al entorno. Hay cuatro empresas españolas entre las seis principales concesionarias de infraestructura del transporte en el mundo. Muchas empresas españolas han participado en grandes proyectos de infraestructura que requerían resolver importantes retos tecnológicos, y los han resuelto eficiente y eficazmente. Esto ha hecho que la reputación de las empresas españolas de infraestructura e ingeniería esté entre las mejores del mundo.
En definitiva, y a pesar de algún que otro descalabro, el sector goza en el exterior de una buena salud reputacional. Pero eso no basta, hay que continuar adaptándose ágilmente a los nuevos retos para asegurar una adecuada rentabilidad y sostenibilidad financiera.
La innovación juega un rol preponderante dentro de las capacidades estratégicas del sector para hacer frente a los grandes cambios o megatendencias que nos afecten a todos. Entre las que atañen al sector de infraestructuras y servicios, destacan cinco: las asimetrías demográficas, la globalización de la economía, la escasez de recursos naturales, el cambio climático y la digitalización.
La digitalización, así como la innovación, requieren estar alineadas con la estrategia corporativa y sus prioridades. La innovación no es un producto de la inspiración espontánea de unos pocos individuos encerrados en laboratorios de I+D+i. En realidad la innovación puede y debe ser planificada para orientarla a resolver retos derivados de la estrategia de los negocios, es decir, debe ser una capacidad para generar y desarrollar ventajas competitivas sostenibles. Esto exige contar con un modelo de gobierno de la innovación que analice, priorice, incentive y apoye las ideas tanto internas como externas (open innovation) y que asegure un ambiente que permita probarlas sin que se castiguen los errores.
Darwin ya nos enseñó hace más de 150 años que los organismos que aprenden, cooperan, se adaptan e improvisan, son los que prosperan; los otros desaparecen.
La innovación se genera en cualquier lugar de la empresa y todos somos capaces de innovar, por tanto todos tenemos la responsabilidad de reinventarnos y de ayudar a reinventar nuestras organizaciones. Si lo conseguimos no sólo tendremos empresas más competitivas, sino más longevas y el dilema de "innovar o morir" estará resuelto..., al menos temporalmente.
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